Yendo de la cama a la cama

alexandre-le-bienheureux

Hay una comedia francesa que vi cuando era chica que se llama “Buenas noches, Alejandro” y trata de un campesino que, una vez que muere su mujer, decide pasársela en grande no haciendo nunca más nada. Y nada es nada. Para eso diseña un sistema que le permite sobrevivir desde su cama, entrenando, incluso, a su perro para que le lleve el desayuno. No sé si es una gran película- debería verla otra vez – pero está claro que dejó una marca indeleble en mí. Recuerdo haber mirado con admiración a Alejandro pensando: “Cuando sea grande quiero ser eso”. Por esa época también quería ser bailarina en un circo (para que no piensen que carecía de ambiciones) pero como lo de los caballos y las plumas misteriosamente no prosperó me dediqué con porfía y tesón a desarrollar mi otra gran vocación: estar en posición horizontal. No crean que ha sido fácil. Estar acostada, cuando no es de noche y hay que dormir, no es algo que tenga buena prensa. Más bien todo lo contrario. El mundo entero nos está diciendo todo el tiempo que tenemos que levantarnos y andar, y que caminante se hace camino al andar y que ser bípedos es un signo de evolución. Obviamente no estoy de acuerdo con ninguna de estas afirmaciones pero como soy un ser social he tenido que disimular mi estado natural yendo de acá para allá. Hasta este invierno. Antes de proseguir, me gustaría hacer una aclaración: lo mío no es pereza o hastío, o tedio, o el sol negro de la melancolía; simplemente me gusta estar horizontalizada. Así todo funciona mejor: mi cerebro está más irrigado, mi corazón más contento. Todavía no he encontrado artículos científicos que avalen mi hipótesis, pero supongo que es porque las grandes potencias no quieren financiarlos por miedo a que el capitalismo se les venga en banda.

Como ven, he reflexionado mucho al respecto- sobre todo cuando me fui a vivir con mi novio y tuve que convencerlo de que no estaba deprimida sino que simplemente era así y que de paso me alcanzara el agua y la computadora, y algo para picar- y luego de luchar durante años contra la fuerza de gravedad (mi guía, mi aliada, mi luz) decidí abrazarla con fuerza estos últimos meses. Este invierno, el frío y el aumento sideral de los servicios en Argentina complotaron para que yo me reuniera de forma sostenida e intensa con mi verdadero yo. Desempolvé una manta eléctrica que hace años tenía guardada, la puse sobre el colchón y, con la excusa de que el resto de mi casa era Siberia, convertí a la cama en mi base de operaciones. Como Alejandro. Esto alteró bastante mi rutina, la de mi novio e incluso la de mi gato, con quien hemos consolidado una relación de pegoteo casi siamés. El cronograma suele ser el siguiente: me despierto temprano y como todavía no implementé lo de la chata, muy a mi pesar tengo que levantarme para ir a mear. Tirito de frío. Vuelvo a la cama. Mi novio me trae el café con leche, que es un arreglo que tenemos desde hace años y funciona lo más bien. Tomo el café con leche. En general vuelco un poco y me mancho porque estoy dormida y es difícil tomar en taza estando acostada. Quizás debería implementar una pajita. Alejandro lo habría hecho. Puteo sabiendo que es momento de levantarme para bañarme, porque relajo pero con orden. Apago por un rato la manta eléctrica para que descanse. Después de bañarme me visto con ropa como para salir a la calle. Hago toda la mímica de una persona normal. Tiendo la cama e incluso hay mañanas en las que salgo a correr – antes del café con leche y después de mear- aunque no me guste. Después de vestirme dudo si ponerme zapatos –perfume ya me puse- o ponerme las pantuflas. Son unos segundos de negación de mi condición camera donde me debato en posibilidades. Me pongo las pantuflas. Voy hasta mi escritorio y me siento. Ese cuarto está helado y entonces me digo que basta de farsa y agarro la computadora y me la llevo a la cama. Me llevo el mate a la cama. Me llevo una bandeja a la cama. Agarro al gato que anda por ahí en el pasillo y también me lo llevo a la cama aunque todavía no le logrado entrenarlo muy bien para que me traiga cosas útiles. Por ahora solo sube a la cama un elefante de peluche. Me saco las pantuflas, prendo la manta eléctrica, me acomodo la espalda con un par de almohadones y finalmente me vuelvo a acostar. Al fin arrancó mi día.

Publicado en Lento.

 

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